El flujo vaginal es una secreción natural que produce el cuerpo de la mujer para evitar infecciones u otro tipo de enfermedades en esta zona. Por lo general, se le presta poca atención hasta que se advierte algún cambio en su textura, color u olor, tres características que nos ponen sobre aviso cuando algo no funciona correctamente.
Normalmente, el flujo (o moco) vaginal de una mujer sana es de textura acuosa y pegajosa; de color transparente; y prácticamente sin olor. Estos rasgos, así como la cantidad, podrán variar de una mujer a otra, dependiendo del momento del ciclo menstrual (por lo general, el flujo suele ser más abundante y transparente en los días de la ovulación, más escaso en los días posteriores a la regla y más espeso en los anteriores a la regla) y de si se sigue un tratamiento con anticonceptivos, está embarazada, pasando por el posparto o en la etapa de la menopausia.
Sin embargo, cuando se advierten cambios en la consistencia, en el olor o el color es necesario permanecer atentas y consultar con un especialista para comprobar cuál es el motivo.
¿Qué es el flujo vaginal?
El flujo vaginal es una secreción natural del cuello del útero y las paredes de la vagina que tiene como fin limpiar, mantener húmedas y proteger estas zonas del cuerpo de la mujer de infecciones u otro tipo de enfermedades. Es necesario y beneficioso por varios motivos: evita la sequedad de la vagina favorece el equilibrio de la flora vaginal y, además, actúa como barrera ante posibles infecciones vaginales. También sirve como lubricante natural durante las relaciones sexuales y mantiene el PH vaginal en equilibrio.
Tiene tres características fundamentales a partir de las que se pueden extraer importantes conclusiones sobre la salud ginecológica: su textura, su color y su olor. Normalmente, el flujo vaginal de una mujer sana es acuoso, algo pegajoso; de un color transparente similar a una clara de huevo; e inodoro o con un olor suave. La cantidad depende del periodo del ciclo menstrual y de otras variables como los anticonceptivos, el embarazo, el posparto o la menopausia.
En ocasiones, el flujo puede cambiar de consistencia, color u olor y, en ese caso, es necesario estar atentas para averiguar a qué se debe.
Cómo es el flujo normal de una mujer
Como hemos comentado en el apartado anterior, es usual que la secreción vaginal de una mujer sana varíe en función del momento del ciclo menstrual:
- En la primera fase, sobre todo unos días antes y durante la ovulación, el volumen es mayor y la textura es elástica y de color transparente o blanquecina.
- En la segunda fase, el flujo va disminuyendo hasta finalizar el ciclo. El color se vuelve algo más amarillento y la textura es más seca.
Con respecto al olor, la mucosidad normalmente no tiene olor o este puede ser muy leve en cualquier caso.
Es importante tener en cuenta que la secreción vaginal no sigue estos patrones cuando se emplea un método anticonceptivo hormonal, ya que el ciclo no sigue los patrones descritos. Tampoco se adaptará a esta descripción en mujeres embarazadas, en posparto o con la menopausia.
En el caso de las embarazadas, el flujo vaginal suele ser transparente o algo lechoso y con olor discreto al principio. La cantidad irá aumentando (si es abundante se suele utilizar el término leucorrea) conforme pasen los meses de manera natural para prevenir y reducir infecciones. En el último periodo del embarazo, la mucosidad puede volverse más pegajosa e incluso aparecer en ella rastros de sangre por la pérdida progresiva del tapón mucoso.
Cambios en el flujo vaginal, ¿qué hay que tener en cuenta?
Los cambios en el flujo vaginal pueden revelar algún tipo de problema que es necesario tratar con un especialista. Se debe prestar especial atención a lo siguiente:
- Cambios en la textura: Que sea más arenosa o con grumos
- Cambios en el color: Se vuelve verdoso o grisáceo
- Cambios en el olor: Más desagradable
Además, hay que tener en cuenta si estos síntomas van acompañados de picor, ardor, hinchazón o irritación y si se produce un sangrado o pérdidas no relacionadas con la regla.
Las mujeres embarazadas también deben estar alerta para poder descartar ciertas enfermedades de las que estos cambios pueden estar avisando.
Ante qué cambios estar alerta
Las variaciones en el flujo que se han descrito en el apartado anterior normalmente se deben a desequilibrios relacionados con la flora vaginal, lo que puede llegar a provocar una infección. Las infecciones más habituales son las debidas a las cándidas (un tipo de hongo) y, en estos casos, el flujo que se genera es blanquecino y espeso. Además, suelen provocar mucho picazón y ardor. Por su parte, la vaginosis bacteriana ocurre cuando aumentan las bacterias perjudiciales en la vagina. El moco vaginal se puede tornar gris y desprende un olor desagradable.
Las enfermedades de transmisión sexual, como la clamidia, la tricomoniasis y la gonorrea suelen ser asintomáticas, aunque en ocasiones pueden presentar diversas alteraciones en el flujo. Por ejemplo, con tricomoniasis se vuelve amarillo verdoso, genera un olor fuerte, y también suele cursar con picor y dolor en la micción; mientras que con la clamidia el moco se vuelve amarillento y el olor agrio.
El flujo vaginal es un factor que puede ayudar a las mujeres a mantener el pulso de su salud ginecológica. Cambios en la textura, el color y el olor pueden estar advirtiendo de algún tipo de problema. Los más comunes son las infecciones por un tipo de hongo denominado cándida; y la vaginosis bacteriana, que aparece cuando proliferan bacterias perjudiciales en la vagina. En ocasiones, estos cambios en el moco vaginal se deben a enfermedades de transmisión sexual.
Cuando se adviertan este tipo de rasgos, es recomendable acudir al médico para que este realice un chequeo y proponga el tratamiento pertinente.
En el caso de las embarazadas, el flujo vaginal suele ser transparente o algo lechoso y con olor discreto al principio y la cantidad irá en aumento de manera natural según vaya avanzando la gestación. Es importante permanecer alerta con respecto a los cambios que se puedan producir en este periodo para anticipar posibles infecciones o roturas de tejidos.